Cuando llegamos a Chile tuve mi primera propuesta de empleo en un restaurante de Sushi –cuyo nombre no voy a mencionar porque no me acuerdo- vendiendo promociones. Mi preocupación era llegar temprano, por lo que pensé que era necesario salir rápido en la mañana -mala idea- sin comer.

Cuando llegué a barrio Italia, un lugar lleno de restaurantes y bares muy famoso en la ciudad de Santiago, el hambre estaba arreciando, por lo que decidí parar y, estrujando un par de billetes que me dio mi esposa para esa salida incierta, paré en un minimarket a preguntar por algo para comer.

Y ahí estaba ella, bronceada, con un aroma inigualable y un cartel que decía “Pino con merquén”. Yo pregunté, dentro de mi ignorancia, ¿qué es pino? ¿Qué es merquén? ¿Qué es ese pastel? Y la señora, con una risa entre íntima y divertida me respondió: eso, hijo es una empanada, el pino es carne con cebolla y el merquén es picante. Yo ni lo pensé: “quiero una” le dije.

Salí rápido con una bolsa de papel humeante y una coca cola, raudo y veloz, pensando que podría llegar tarde a la cita que me “podría” asegurar un trabajo. Llegué a tiempo, pero ellos no.

Entonces, después de un momento de angustia, saqué la empanada de su bolsa… Mi vida cambió.

Una carne suave con un sabor a cebolla que me encanta, con un delicado aroma a comino, adornado con medio huevo cocido y una bien merecida aceituna negra, con semilla y todo, hacían que toda la mezcla fuese perfecta, sin embargo, hubo algo que hizo que cayese rendido ante este pequeño manjar. Recordaba a todos aquellos amigos chilenos que, en estos años de departir culinario, nunca habían hablado del merquén.

Con pequeños mordiscos fui pasando la empanada, sentado en una acera. Chile pasó por mis ojos y sentí que esta tierra me recibía con una bienvenida repleta de sabores que la representan. Con los meses, fui aprendiendo con aquellos expertos sobre cómo se prepara la empanada, el pino y sus pequeños secretos, que obviamente no les pienso contar.

Creo que una de las cosas maravillosas que he aprendido de la generosidad de Chile, son los sabores que destacan con las cosas simples que solo ellos saben disfrutar. A simple vista son preparaciones poco complejas, pero que, en su esencia, posee parte de una cultura que ama lo que hace y convierte una pequeña empanada en una comida extraordinaria.

Por eso, en los días de frio, dos empanadas y media son suficientes para desayunar, en una familia que seguirá disfrutando y probando los mejores sabores de Chile.