Particularmente pienso que la cultura de un país se conoce por su comida. Pero no la de los restaurantes finos y costosos, sino la comida de la calle, la que se come con las manos, aquella sencilla pero cargada de sabor y por supuesto también llena de calorías, pero indiscutiblemente deliciosa.
La comida que representa a un país es la que las personas comen mientras caminan a su trabajo, o, esa, que compra para saciar momentos de hambre en las madrugadas de trasnocho. Por ejemplo, si vas a Perú irás por unos anticuchos en uno de los puestos de la plaza; si viajas a México tu primera parada serán en un quiosco de tacos al pastor y, evidentemente, si vas a Venezuela: ¡una empanada por favor!
En Chile
Cuando emigré a Chile, me di unos días para hacer un poco de turismo y conocer Santiago. Unos amigos me llevaron a los lugares más importantes y en cada esquina había una persona vendiendo sopaipilla: la comida callejera insignia del país. Entiendo que cuando emigras no eres turista y las prioridades son otras, pero puedes darte la oportunidad de conocer las calles y comer las comidas que identifican al lugar, porque, en su mayoría, puedes comprar a muy bajo costo. Esta siempre será una forma de involucrarte con ese nuevo lugar que te abre las puertas como un hogar.
En Chile la comida cambia según la época del año, pero la que es más fiel que los perros de la calle, es la querida sopaipilla. Esta masa frita, redonda y amarilla está hecha con puré de zapallo (auyama o calabaza, como la conocemos en otros lugares), harina de trigo y manteca o mantequilla; claro la receta variará según quien la haga, pero en teoría esos son sus ingredientes primarios.
Esta fiel aliada suele estar presente en cada rincón de las calles de Chile y las venden en una suerte de carritos móviles donde, además, te ofrecen una variedad de salsas para untar (mayonesa y mostaza siempre vas a encontrar), ají para los atrevidos, pebre –picadillo diminuto de cebolla, tomate, ají verde, sazonado con vinagre o limón, aceite y perejil- y otros acompañantes más producidos que distinguen a cada vendedor. En hora punta, estos carros están a tope, e inclusive muchos abren muy tarde en la noche.
Mi experiencia con la sopaipiilla -o sopipilla como la bauticé debido a mi dislexia selectiva- fue bastante agradable. Es una masa suculenta y un poco hojaldrada. Al momento, y como suele pasarnos a todos los venezolanos, la comparé con un pastelito criollo sin relleno, pero con una masa con más sabor que la hace un vehículo perfecto para trasportar la salsa de tu preferencia; la mía el pebre.
¿Lugares donde comer sopaipilla?
Hay muchas opciones, en su mayoría hacia el centro de la ciudad, donde hay más movimientos de personas. Mi favorita siempre será las de los mercados o ferias dominguera de la avenida 10 de Julio, específicamente la del señor Felipe que entiendo se coloca en varios lugares de la Región Metropolitana. Yo, en las tardes, los he visto en la av. Vicuña Mackenna en la esquina de la calle Curicó, a una cuadra de la salida del metro Parque Bustamante.
Otra opción siempre será el Mercado Central de la Vega en cualquiera de los puestos. Otro lugar, que para mí es imperdible para comer sopaipillas, está en Baquedano, en la esquina de la Facultad de Derecho, llegando a Bella Vista. Allí hay una señora que se pone cuando cae la noche, esperando que salgan los estudiantes y a los jóvenes que van de fiesta por la zona. Es la única en esa esquina y sus salsa y empanadas de queso y champiñón son groseramente buenas, rellenas a la perfección.
Por último y mi recomendación favorita siempre será “adopta un chileno” las mejores “sopaipas” que me he comido son las caseras y recién hechas que me invita a comer Lucy, mi amiga de unos 75 años, vecina del lugar de donde vivo. Quizás, más que el sabor es la experiencia. Sentirme parte de su tradición de tomar el té –esa merienda llamada en Chile “Once”-, las charlas y conversaciones de nuestras vidas, familias y viajes hacen que la docena de este fiel bocadillo sea más rica. No tengo dudas, este será un sabor que, con el tiempo, quedará registrado en mi memoria gastronómica.